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Feminismos

FRAGMENTO DEL ENSAYO:

Gallo, Paola. Poetas en tiempos de penuria: Apuntes sobre poesía contemporánea, Universidad Iberoamericana, 2023.

Poesía hoy, la poesía del hambre

Paola Gallo

 Existe una zona en la estética de la poeta belga española Chantal Maillard (Bruselas-Bélgica, 1951) que nos gustaría iluminar, esta es, una preocupación marcada por la función política de la poesía: construir una poesía necesaria para los tiempos que estamos atravesando. En poquísimas palabras, la poesía del hambre. Dice Maillard en su texto “En un principio era el hambre”, publicado por primera vez en 2009: “No parece que quepa, hoy en día, otra poesía que la que diga el hambre. Y el terror. La desolación. Y la extrañeza. Que lo diga para que nos reconozcamos en ello. En comunidad. Con las cosas. En las cosas. Cosas también nosotros” (La baba 113-114).

En este tramo del recorrido sobresalen libros significativos que referiremos para evidenciar estas preocupaciones éticas, sobre todo estos tres: Bélgica (2011), La tierra prometida (2009) y La herida en la lengua (2015). También, algunos escritos ensayísticos y reflexivos que publica Maillard: “En un principio era el hambre”, que podría funcionar como especie de ars poética y dos más en libros colectivos sobre la crisis actual: “¿Es posible un mundo sin violencia?” y “La indignación”.

El llamado a formar una comunidad desde la comunicación de una herida común estará puesto por delante. Un ejemplo: el texto que venimos mencionando comienza con la advertencia de cómo en el inicio de los tiempos, en la antigüedad, los seres humanos se juntaron, se conectaron para sobrevivir: “En un principio fue el hambre. Y la necesidad de unirse, de mantenerse unidos para poder subsistir” (109). Pero antes, asistiremos al diagnóstico, la toma de conciencia del lugar de insatisfacción que ocupa el individuo en este mundo globalizado y kitsch, como lo llama Maillard, donde prevalece el gusto por la ornamentación trivial, el afán por la imitación hecha souvenir. Tenemos la lengua herida; son tiempos difíciles y, por eso, se vuelve más necesario, opina la autora, tomar conciencia de esto desde un doble movimiento ético: la indignación y la compasión hacia el otro.

Partiendo de la premisa de que la conciencia posmoderna necesita otra poesía, una poesía necesaria: “ahora —comenta Maillard—, después del desencanto y la hibridación de los géneros, puede que la poesía, algún tipo de poesía vuelva a sernos necesaria. Pero ¿qué poesía? Y ¿para qué?” (110). La primera respuesta va a despejarse en la siguiente página del ensayo: “La poesía que necesitamos es aquélla capaz de devolvernos la conciencia de una semejanza fundamental, aquélla que nos permita el reconocimiento de nuestra común condición en la singularidad de cada acontecimiento” (111).

Para contrarrestar nuestra despapelada sensibilidad contemporánea sobrecargada de procesos mentales, formateada a partir de un sentido único, se vuelve necesario recuperar el contacto con lo humano y con la corporalidad a partir de la experiencia sensible de un acontecimiento singular; por eso se pregunta Maillard en una entrevista que le realiza en septiembre de 2018 Diario Sur de España: “¿Seremos capaces de considerar como semejantes a todos los seres, sin distinción de razas ni de especies, y reconocer la mutua dependencia? ¿Seremos capaces de compadecer a todo aquello que existe sujeto a la maquinaria infernal del hambre?” (Diario Sur).

Estamos unidos y nos necesitamos juntos para salir adelante. El descubrimiento de algo tan evidente pero olvidado, implicará para la poeta un despertar del cuerpo en tanto regreso a la experiencia sensorial de los primeros sabores y olores, una reconexión, final- mente, del gozo experimentado en la primera infancia (del pasado), intuición a la que llega sobre el final de su libro de poesía Husos y que profundizará en su libro de memorias: Bélgica. Para ello, superado el reino de la abstracción, la poeta procurará estar entre las cosas: “Con las cosas. En las cosas”, como citábamos ya. Asimismo, recuperar el contacto con el otro, lo que la poeta nombrará gesto, y esto porque la conciencia del gesto es igual a la conciencia del instante.

Nos interesa mostrar aquí cuáles son los cauces de esta mirada comprometida éticamente con el presente que se pedirá a sí misma: “Sé testigo. Canta” (La herida en la lengua 127); mirar sensible que involucra al otro y construye comunidad hasta “volver a entrañarnos” (La Baba 110) en el reconocimiento de nuestra herida común; nuestra hambre actual.

Bajo la huella de estas intuiciones nace el poemario La herida en la lengua para mostrar la poesía necesaria del hambre, como decíamos, aquella que nombra la herida común en la carne —la lengua mordida— y que muestra qué pasa cuando el lenguaje asume las zonas de vacío o pérdida (la incomunicación de la comunicación) y se entrega al balbuceo; lenguaje en ruinas, gesto que señala por dónde seguir.

A lo largo de las tres partes en que está dividido el poemario (“La herida en la lengua”, “Sidermitas” y “Balbuceos”) se va evidenciando este límite del lenguaje a través de su desestructuración que ya se venía preparando en la segunda parte —titulada “Cual”— del poemario anterior, Hilos seguido de Cual. En uno de los primeros poemas que abren La herida en la lengua, escuchamos a la voz poética admitir que a pesar de su incompletud no queda otra opción que seguir intentando buscar el equilibrio, sobre el abismo, en el “cable tenso” del lenguaje. Cercano a este reconocimiento, van a regresar las antiguas nociones sobre el quiebre con el terreno del yo y el mí como posibilidad de desautorizar a la mente y a la conciencia —“Yo es lo que acompaña al goteo / de la mente” (61) y en otro momento, “La conciencia es un mí encubierto” (59)— y al lenguaje —“Fuera de mí / la lengua retrocede” (75)—. Todo esto con el propósito que ya venía desde sus dos poemarios anteriores, Husos e Hilos, de alcanzar un lenguaje despojado, el aquí y ahora del acontecimiento; el cuerpo en el mundo concreto. Para eso, recuperar el contacto con el oído, en detrimento de la mente y la vista, tan próximas entre sí. Dice en el primer poema:

Bajar / al
cuerpo
cuando / cada vez hallar
la máquina
oírla (13).

Desde lo formal, el despojamiento es notorio, así como gráficamente la decisión de colocar la barra espaciadora (y en otros casos el guion) con la intención de dar un sentido de organicidad, de movimiento integrado al poema. También, otra observación y novedad, será la conquista de mayor espacialidad con el dominio del blanco en la página y el recurso, en el cual ya se había incursionado en Hilos, de preguntar e impugnar la afirmación ya hecha; un ejemplo: “Si el amor fuese eterno / si al menos el / —¿amor?” (135).

En la sección “Morderse la lengua” que forma la primera parte de La herida en la lengua, aparecen dos personajes, Ludovico y Hadewijch, dos maestros copistas que alcanzan ese límite del lenguaje que la poeta viene rodeando en su obra. Frente al reconocimiento de ese límite, uno de ellos recurre al gesto encarnado de morderse la lengua y la otra, Hadewijch (como el nombre de la poeta beguina del siglo viii)[1], consigue a través del texto escrito conectarse con Ludovico. A propósito de esto, la crítica Ana Hidalgo va a señalar esta relación: “La obra de Maillard se constituye como construcción de alteridad, de diálogo, de comunidad, a través de lo imposible del lenguaje, de lo que Ludovico no entiende y Hadewijch intuye” (116-117), esto es desde la singularidad de nuestra investigación: encontrarse con el otro a través del poema (en el movimiento de una sensibilidad volcada en la escritura) como una forma de lidiar con los límites del lenguaje y la desconfianza que este detona.

Va a decir Maillard en una entrevista que le hacen por la publicación de su último poemario, Cual menguando: “La desconfianza aquí lo es para con el lenguaje porque éste nombra y afianza todo lo que damos por sabido” (Málaga hoy). La fijeza en nombres que se volverán conceptos para luego volverse metáforas muertas. Sin embargo, esa herida, como veremos más adelante, quedará como marca en el cuerpo, y con la lengua rota solo saldrán fragmentos; balbuceos.

Pero vayamos mejor al texto para comprender un poco más el alcance de estos comentarios. En el primer poema, leemos:

Ludovico —maestro copista— levanta la cabeza. Ha leído
la palabra aeternus

y no la reconoce.
Vuelve al libro. Trata
de entender. No entiende. Se lleva la pluma a la boca.
Saca la lengua.
Varias gotas de sangre caen sobre el pergamino (83).

Luego viene la continuación con Hadewijch, quien ante la evidencia de la gota de sangre seca sobre el pergamino (huella física del dolor) logra descifrar la palabra que no comprendió Ludovico, logra comunicarse a través de la vivencia compartida de un dolor y a partir de ahí intuye (sabe sin saber cómo) el significado de la palabra aeternus:

Siente un / dolor intenso —y el odio— abrirse
paso
en su vientre. Se lleva

la mano —la afilada pluma— a los muslos allí

donde el animal antiguo el animal eterno atrapado en el
siniestro pasatiempo

de los dioses. ……………………..
y roja es ahora
muy roja
la tinta con la que escribe —intuyendo el texto—
la palabra aeternus (86).

El ritual sagrado de la comunicación se ha conseguido. El acierto en el encuentro entre Ludovico y Hadewijch se produce desde la herida común; ahí, en el reconocimiento de la misma imposibilidad compartida llegan a comunicarse: “torpemente advierte / en sí / la herida que es de otro / y le arde” (101), releemos.

Ante el espanto a lo largo de la historia, ante la violencia y el odio que aún persisten y que el lenguaje ha diseminado y autorizado, hay pocas salidas: el silencio o el lenguaje roto. Y le toca a la poesía, la poesía del hambre que propone Maillard en este presente roto, mostrar ese balbuceo en el encuentro con el otro.

Obras citadas

Bujalance, Pablo. “Desconfío del lenguaje porque afianza lo que damos por sabido”, Málaga hoy, 14/9/2018, www.malagahoy.es

Gómez, Alberto. “Chantal Maillard: ‘Actuamos como si fuésemos inmortales’”, Diario Sur, 19/9/2018, www.diariosur.es

Maillard, Chantal. La baba del caracol, Vaso Roto Ediciones, 2014.

Maillard, Chantal. La herida en la lengua, Tusquets, 2015.

 

 

[1]Nos referimos a Hadewijch de Amberes (la actual Bélgica), un personaje histórico que vivió en el siglo xiii. Fue poeta y mística, perteneciente a las beguinas, una colectividad de mujeres laicas y católicas que vivían en la comunidad sin encerrarse en conventos y querían buscar a Dios en la cotidianidad del contacto con los otros, por eso, se dedicaban al cuidado de los pobres y enfermos.

PAOLA GALLO (Montevideo, 1980)
Es poeta, ensayista y docente. Vive en Ciudad de México desde hace 13 años. Es doctora en Letras Modernas por la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México y trabaja como profesora en esta misma universidad en torno a las temáticas de estética, género y redacción. En poesía publicó Alimaña (Editorial Estuario, 2011) y Ov Fab (Editorial Literal, 2016), así como el ensayo El decir de lo indecible: los rodeos del deseo en la obra de Alejandra Pizarnik (Premio Nacional 2010 de Ensayo por el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay) y Poetas en tiempos de penuria: Apuntes sobre poesía contemporánea (IBERO, 2023). Desde el 2020, coordina de manera independiente el curso/taller “Escritura y deseo”, donde se dedica a promover la indagación interior a través de la lectura, el pensamiento crítico y la escritura creativa.

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