El equipo de revista Paso Habilitado conversó con el destacado y querido poeta Mayo Muñoz, una de las voces más destacadas de la escena literaria de la región de Tarapacá en Chile.
Mayo nació en Illapel, Chile, en 1951. Es licenciado en Educación y Técnico en Artes Gráficas. Por varios años recorre Sudamérica ejerciendo los más insólitos oficios: tripulante, albañil, enfierrador, electricista, fotógrafo, serigrafista, entre otros. En 1996 funda la Sociedad de Escritores de Tarapacá, que dirigió en la misma época. Por ese tiempo también editó la revista “El Tabacazo”. Es citado en el “Diccionario de la literatura chilena” de Efraín Szmulewicz. Fundó la editorial Palimpsesto, y su libro Alambradas Rotas fue elogiado por el destacado escritor Andrés Sabella.
¿Cómo nació la editorial Palimpsesto?
-En realidad, Palimpsesto tiene muchos años, pero cuando se concretó la idea de hacer libros esta editorial tenía ya diez años, aproximadamente, e instalé todo. Palimpsesto es un término que ha ido cambiando con el tiempo. En Roma era una especie de diario oficial, consistía en una bandeja de madera con un borde y en la greda escribían las noticias más importantes. Después, cuando pasaba esa noticia, reescribían sobre el anterior, borrándolo. Y escribían una nueva noticia. De todas formas, se podía ver con cierta dificultad lo que estaba escrito antes. Y esa es mi idea: mirar de otra forma, ir más allá. Eso es lo que yo quería, ver las historias y las noticias con otra mirada, más crítica. Es una palabra que me acomoda bastante bien. Dar una segunda, una tercera lectura. Es también el título de una canción de Pato Manns.
A propósito de la palabra palimpsesto, te queremos llevar al libro “Poetas en dictadura: Antología de autores de la primera región de Chile 1973-1990” (2004), de la cual dijo Armando Uribe que es una de las mejores antologías que se han hecho en Chile. Cómo se originó esa idea.
-Mira, yo sabía que la dictadura iba a tener un término, porque como dijo Ghandi, todos los tiranos caen, al final siempre caen. Yo hacía en serigrafía el rostro de Ghandi con esa frase. Pasaban los años y el dictador no caía, y con un amigo nos reíamos porque continuaba año tras año en el poder. Yo creía que sería de corto plazo. Y me pregunté: ¿Quién va a rescatar lo que estábamos haciendo, especialmente los más jóvenes? Si no se rescata, se perderá. Y ahí empecé a trabajar la idea. Porque yo veía en las peñas cómo los más jóvenes salían a recitar con sus papeles al escenario. Yo registré en casete muchas lecturas, porque en ese tiempo casi no había imprentas, sellos, nada. Me ponía cerca del escenario y grababa. Más adelante escribía en serigrafía lo que el poeta había leído, se lo mostraba y se ponían muy contentos, se impresionaban. Si quería cambiar algo, él lo hacía y hacíamos el texto de nuevo. Así poco a poco fui juntando material. Y la idea me la dio un cura, porque yo participaba en un grupo juvenil con bastantes sacerdotes. Yo hacía murales junto a ellos. Una ocasión, un sacerdote llamado José Díaz les dijo a unos militares, que estaban en la misa, que ellos eran de la CNI. Con él surgió la idea de rescatar del probable olvido todo eso que se estaba escribiendo.
En algún momento yo me fui a trabajar a Calama, y le enviaba material al sacerdote y a los chicos de la parroquia. Luego de muchos meses, regresé, y él había pasado todo a máquina. Imagínense. Tiempo después, en Antofagasta el oficio de la imprenta, porque yo sólo sabía serigrafía. Me lo enseñó un muchacho que llevaba mucho tiempo en esa actividad. Finalmente, logré tener material suficiente para un libro. Se lo mostré a Andrés Sabella, quien hizo un trabajo de selección y edición. Dejó lo mejor.
Entre los criterios que utilicé, estaba el hecho que aquellos que integraran la antología debían estar escribiendo en los años que fijé como límites. Por supuesto, había que incluir a los que persistían en la escritura, y no sólo figurar.
De esa generación, a quienes rescatas de los que persistieron.
-Los más viejitos están en Arica. Algunos escriben del tema andino, con verso rígido, pero siguen escribiendo. Después están lo más rupturistas, los urbanos. Hay varios.
Y en Iquique o Alto Hospicio…
-Acá en Hospicio está Jorge Martel Cámara.
Pero me refiero a los de esa generación que aún están vigentes, como Jaime Ceballos, Juvenal Ayala, los que están incluidos recientemente en la antología nortina de los años ochenta. ¿Qué opinas de esa poesía? ¿qué te parece, a la luz del tiempo transcurrido, el trabajo de los que aún siguen escribiendo?
Han persistido en los temas que tienen que ver con nuestra realidad. Una poesía más política si se quiere. Mi antología fue rechazada siete veces, imagínate. Me sugirieron incluso, un funcionario, que le pusiera un título que tuviera la palabra flores en vez de dictadura. Me señaló que así lo iban a publicar.
¿Podrías efectuar una síntesis reflexiva de tu labor como poeta?
-Yo escribo en mis textos sobre el amor, pero no el amor romántico. El amor es importante. Hay que pensar en un amor social.
Es un compromiso.
-Pero claro. El amor es ese grupo, al que uno adhiere. Al amor en pareja le canto, pero al amor social, comprometido, le escribo mucho más. En eso ha consistido mi trabajo. Eso es lo que hago, lo que visualizo: el amor social.
¿Qué representa el norte para ti, Mayo?
-Cuando empecé a conocer el norte, y como yo me críe con los libros de piratería, Emilio Salgari y todos esos autores, y ellos hablaban siempre de un norte, de su norte, de un derrotero decían los dineros.
Claro, porque el norte implica la búsqueda de algo.
-El regreso a Ítaca, por ejemplo. “Para allá voy, ese es mi destino” se escribe. Pero también está el norte geográfico. Yo soy nacido en el Norte Chico o Norte Verde, porque a sus habitantes no le gusta que le digan Norte Chico. Mi padre era de ese norte, de Illapel. El se las ingeniaba transportando caballos hacia la Argentina en sus ratos libres. Porque hacía asas de adobe…le ponía su ingenio. Compraba el terreno, hacía la casa, sembraba, vendía y hacía otra casa. Y así se las rebuscaba. Entonces él me contaba todas esas historias. Trabajó en las salitreras, entonces me críe con sus historias sobre el norte. El norte siempre me sonaba. Yo dije “voy a conocer para el norte”. Primero Arica, luego recorrí algunas partes de Sudamérica. En Argentina estudié artes gráficas, todo lo que era la imprenta antigua. La serigrafía la aprendí allá. Aprendí muchas cosas. Así que todo ello me sirvió para trabajar en Chile con las máquinas. Con esos conocimientos hice mi libro Alambradas rotas. ¿Por qué ese título? Leí en mi juventud el libro de Erich Fromm El arte de amar. En ese libro enseña que uno debe conocer a lo que se dedica. Por ejemplo, si es un guitarrista, conocer de las cuerdas, que tiene traste, etc. El amor también es así, dice Fromm.
¿Cómo defines tu poesía?
No lo sé, no he pensado en ello.
¿Piensas mucho al escribir tus textos?
Sí, lo pienso mucho. Quizás en los primeros tiempos escribía y yo creía que todo estaba bien. Pero pienso harto. En general, la poesía es algo que debe perdurar en el tiempo. Alone decía que un poeta puede tener diez libros, treinta libros, pero a veces un libro puede salvarse por un solo verso.