Me declaro ingobernable. Insurrección y transgresión en la poesía de Heddy Navarro[1]
Sandra Ivette González Ruiz
Los 80 en América Latina están marcados por el miedo y la precariedad. La guerra instalada en nuestras vidas llegaba como noticia diaria en la radio y la televisión en blanco y negro, como coche bomba, masacres, desapariciones, amenazas. Y se juntaba a una crisis sin precedentes que organizaba nuestras vidas entre el rebusque, la creatividad y la violencia.
Alejandra Santillana, activista, investigadora y feminista peruano-ecuatoriana, 2019.
“Quisiera dejar atrás de los ojos el dolor/ pero inquietantemente aparece/ dibujándose en mi rostro/ y la pequeña cicatriz ignorada/ vuelve a ser la permanente herida/ la muerte dilatada” escribió Ana María Ponce probablemente entre 1977 y 1978, quizá escondida en algún rincón iba trazando en letra cursiva esos y muchos otros versos más, quizá pensaba en su compañero, en su hijo. Loli, como le decían de cariño, escribía sus poemas entre los descansos del trabajo que estaba obligada a hacer ahí, en ese centro de tortura, secuestro y extermino: la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).
Ana María Ponce nació el diez de junio de 1952 en San Luis, Argentina. Como muchas de su generación se integró a las filas de la Juventud Peronista, esa militancia también era una herencia, su abuelo fue el fundador del Partido Laborista, el que apoyó la candidatura de Perón en 1946. Loli estudió Historia y Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de la Plata. Se casó con Godoberto Luis Fernández en 1974. Ambxs participaron del acto de Ezeiza para recibir a Perón[2] y un poco más tarde comenzaron a militar en montoneros. Tuvieron un solo hijo, Luis.
El 11 de enero de 1977 Godoberto iba de regreso a La Plata desde Buenos Aires cuando lo secuestraron. Permanece desaparecido, no se tienen registros claros de su paso por algún centro de tortura. Seis meses después, el 18 de julio de 1977, era el cumpleaños número dos de Luis Andrés, Loli decidió llevarlo al Zoológico en Palermo para celebrarlo. Caminaban cerca de ahí cuando un grupo de tareas la secuestró y trasladó a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Poco tiempo después el hijo de Loli fue entregado a una amiga y compañera de militancia. En diciembre de 1977 fue la última vez que la familia supo de ella, a través de una llamada que logró a hacer desde la ESMA. Hay algo que recorre la poesía escrita por Ana María desde ese cautiverio, es el tema de la escritura como su manera de seguir viviendo, para no perderse en el miedo y la burocracia mortal de aquel lugar: “Mientras mis manos/ puedan escribir/ mientras mi cerebro/ pueda pensar/ estaremos vos, yo, todos” y en otro de sus poemas aparece: “Necesito sentarme a escribir/ En este preciso momento en que/ todo comienza a ser silencio”.
En el 2018 volví a visitar la ESMA, iba con una mirada distinta a la del 2014, estaba buscando huellas, algo que me hablara de la poesía que las mujeres habían escrito ahí. Me encontré con una exposición sobre la violencia sexual de la que fueron objeto las detenidas y de otras violencias por las que atravesaron en aquel lugar, es sabido que ninguna mujer embarazada sobrevivió en este centro. Recuerdo el Salón Dorado porque ahí se presentó el cierre del recorrido por el ahora sitio de memoria, ahí se mostraba a los militares encargados del centro y se hablaba de su situación legal. Recuerdo sus ventanas, recuerdo su amplitud, el piso liso y el momento en el que las luces se apagaron y comenzaron a aparecer uno a uno los rostros de secuestradores y torturadores. Intento imaginar la sensación que tuvo Ana María Ponce cuando entró al Salón el 6 de febrero de 1978 pero es imposible, aunque algo en su poesía se cuela, algo de ese escribir contra el silencio y la muerte. Loli ya le había entregado sus poemas a Graciela Daleo, pidió verla después de que la llamaron para comunicarle su traslado. Ana María Ponce tenía en mente que sus poemas fueran leídos, que esos versos cautivos pudieran salir. Por supuesto no hubo ningún traslado, Ana María permanece en calidad de desaparecida. Daleo sacó, como le fue encomendado, los poemas[3].
En esa misma época, desde un lugar distinto, pero en la misma ciudad cercada por el terrorismo, Liliana Lukin publicó Abracadabra. De los tres epígrafes que abren el libro, uno de ellos es de Alejandra Pizarnik, quien había muerto a penas seis años atrás: “Y cuando es de noche, siempre, / una tribu de palabras mutiladas/ busca asilo en mi garganta/ para que no canten ellos, / los funestos, los dueños del silencio”. Otra vez ahí, desde el epígrafe, el conjuro de la palabra poética contra la muerte.
Mientras Loli escribía sus versos a escondidas en la ESMA, Liliana hacía lo mismo, quizá desde su propio escondite: “Hay una hora del día, que es todas las horas/ y una forma de morir que es todas las muertes/ Un pájaro duerme y otro se suicida”. En esa misma época, en esos mismos años, una mujer encarcelada en Villa Devoto, una presa política de la dictadura que seguramente llevaría ya varios años cautiva escribía, también a escondidas, también versos, en pedacitos de papel que seguramente doblaba hasta hacerlos casi invisibles para poder ocultarlos en alguna rendija de la pared o debajo de la cama o entre su ropa; papelitos que salieron de la cárcel, a través de otras que iban quedando “libres”, papelitos sin el nombre propio de la autora para no poner en peligro su vida: “Yo sé que cada día/ y sé que cada noche/ cuando compruebas que tu cielo/ sigue siendo pequeño y fraccionado/ sonríes porque triunfas”.
Del otro lado de la cordillera, en Chile, con tres años más de dictadura encima, Bárbara Délano escribía su México-Santiago, Marjorie Agosín su Gemidos y cantares. Faltaban algunos años para que entraran los ochenta y explotara el proceso contracultural contra la dictadura y se nombrara “a la nueva poesía femenina chilena”. En 1979 la madre de un detenido-desaparecido escribía su poema “Pregunta” que aparecería más tarde en el fanzine de Poesía escrita por pobladoras. Y seguramente en ese mismo momento Patricia Roy o Amalia de la Maza estarían escribiendo desde las cárceles de la dictadura pinochetista, todas ellas como muchas otras mujeres de ambos lados de la cordillera estarían escribiendo versos desde donde podían hacerlo.
¿Por qué escribir poesía en mitad del horror? ¿Por qué la poesía floreció en mitad de la muerte? Estas son dos de las primeras preguntas que comencé a plantearme cuando inició mi investigación sobre poesía escrita por mujeres durante las dictaduras en Chile y Argentina, cuando fui jalando los hilos del estambre y des-cubriendo a todas estas militantes, escritoras, artistas, poetas. A las mujeres que escribieron desde todos los cautiverios de las dictaduras cívico-militares; en situación de violencia, en mitad del horror y el terror escribieron.
Recuerdo que cuando concluí mi investigación sobre la obra de Alejandra Pizarnik, una poeta que parecía “muy solitaria” en su época de escritura, en el sentido de que no había trabajos que la hicieran dialogar con otras escritoras, me pregunté por las poetas que siguieron. Esta pregunta se ligó a lo dicho por Claudia Gilman en su investigación sobre la época de los sesenta y que transcribí en las conclusiones de aquella investigación:
Los hombres de ideas no incluyen a las mujeres de ideas (…) si bien hubo muchas escritoras e intelectuales, los grandes nombres de las primeras filas conservaron a “sus mujeres” en el interior de las familias patriarcales, y si los nombres de algunas se hicieron conocidos fue en calidad de esposas solícitas. En la época, otra de las “revoluciones” pronosticadas fue la sexual: surgían las condiciones para las cuales las mujeres podían controlar su propio cuerpo y su agenda reproductiva, participar en la formación de opinión y militar activamente. El futuro anunciaba el nacimiento de un hombre nuevo en un presente en el que la nueva mujer estaba ya nacida. No se la convocó (Gilman 2013: 387).
¿Dónde estaban las poetas, quiénes eran, qué escribía, por qué escribían? Todas estas dudas fueron decantando en el proyecto sobre una “generación” que floreció a contracorriente, desde la precariedad y sobre el hacer colectivo de estas muchas y diversas poetas y creadoras que rompen con la idea de la figura excepcional, de la escritora solitaria.
Este texto se enmarca en un periodo que ha sido ampliamente analizado en distintas dimensiones: la época de las dictaduras en América Latina. Este proceso histórico en el que se desplegaron aparatos represivos, técnicas de tortura, desaparición forzada y asesinato marcando uno de los pasajes más duros en la historia de las violencias de nuestros países, que trajo consigo reconfiguraciones en las formas de pensar, reflexionar y analizar la corporalidad, el papel del cuerpo y la violencia, del lenguaje, de la muerte, de la memoria histórica. En particular en la escena artística-literaria emergieron movimientos, categorías, nuevas escrituras y lenguajes, formas y metáforas que conformaron las representaciones de las violencias padecidas, las lecturas epocales y las poéticas inscritas desde el dolor, el desgarramiento y la trasgresión.
En la reflexión sobre el cierre de la época de los sesenta, Claudia Gilman (2013) pone en crisis la idea del fracaso del proceso que se gestó desde América Latina y se pregunta si en realidad lo que ocurrió con la sucesión de golpes militares y represiones brutales no fue parte de una respuesta a la convicción de que la revolución estaba por llegar y por lo tanto era necesario evitarlo y nombra a 1973, fecha que ella propone como de clausura de la época, como un año hostil para América Latina. Para ubicarla temporalmente podemos decir que la clausura de la época de los años sesenta vino con la entrada de los regímenes dictatoriales en algunos países de América Latina y la implementación del plan Cóndor, en el caso de la dictadura argentina a partir del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 que sustituyó el gobierno democrático por la junta militar y en Chile con el golpe de Estado contra Salvador Allende, encabezado por Augusto Pinochet el 11 de septiembre de 1973.
Uno de los blancos de mayor ataque fue el campo artístico-cultural que presenció la desaparición forzada de Rodolfo Walsh el 25 de marzo de 1977, después de publicar su Carta Abierta a la Junta Militar en Argentina y la de cientos de escritores, artistas y poetas que fueron perseguidas, asesinadas, encarceladas, desaparecidas y torturadas, incluyendo al poeta, dramaturgo y cantante chileno Víctor Jara y su ya conocido caso[4]. En este sentido inicia un llamado bloqueo cultural a partir de la censura de obras por ser consideradas peligrosas para el régimen. Un bloqueo de información. Un bloqueo para la producción artística de ciertos sectores. Y bajo la teoría del enemigo interno comenzó una persecución de sujetos considerados como subversivos.
Sin embargo, las dictaduras en Chile y Argentina fueron periodos de amplia producción de poesía. La poesía se afianzó como un género para la resistencia a un régimen que buscaba instaurar la muerte en la cotidianidad. Muestra de ello es el nicho de numerosos estudios[5] que representa la poesía del exilio, un corpus poético compuesto por aquellos textos que configuran la experiencia del exilio de los y las escritoras. Y los trabajos enfocados en “figuras emblemáticas” de poetas hombres, entre ellos Gonzalo Millán, Raúl Zurita, Tomás Harris, Jorge Teilleir y Óscar Hahn.
La poesía ocupó un lugar central en la resistencia a través de la palabra, pero también ocupó un lugar importante como una forma de escriturar una experiencia que parecía inefable, la experiencia de la violencia. Sin embargo, hay un tema que, me atrevo a decir, está poco trabajado: se trata de la amplia, diversa y trasgresora producción poética de las mujeres desde todos los cautiverios impuestos por los regímenes: la clandestinidad, el exilio, las cárceles, los centros de secuestro, tortura y exterminio. Una poética que representó las violencias, no sólo las que los regímenes militares estaban instaurando sino aquellas violencias históricas ejercidas contra las mujeres, aquellas particularidades de la violencia que tienen que ver con la condición de género (en relación a otros vectores como la raciliadad, la clase social, la orientación sexual, etc.), distinguiendo la experiencia de la violencia sufrida por las mujeres a partir de la dimensión patriarcal del terrorismo de Estado y de la condición de las mujeres en el mundo capitalista, patriarcal, colonial y cisheteronormado. Estas escrituras pusieron en crisis, por un lado, el concepto de literatura femenina como una manera de clasificar, subordinar, silenciar y homogeneizar la escritura de las mujeres, y por otro lado la figura del poeta en masculino.
En los años ochenta asistimos a un proceso fundamental para pensar la literatura feminista latinoamericana, la escritura de las mujeres y feministas floreció a lo largo de América Latina, articuladas a los movimientos feministas, a los movimientos sociales y a la organización de las mujeres contra las dictaduras. Son varias las características interesantes de este proceso: por un lado, la heterogeneidad de las voces que quebraron la idea de la homogeneidad de la “escritura femenina” y la idea de la mujer-objeto dentro de la literatura. En escena se posicionaron las voces de las mujeres: militantes, obreras, trans, travas, pobladoras, trabajadoras, mapuche, lesbianas, poetas, escritoras; se vuelve a discutir si existe una literatura y una escritura particular de las mujeres. Estas escrituras ocupan nuevos espacios, sobre todo el público-político, complejizan los temas tradicionalmente asignados a las mujeres (el amor, lo doméstico, el dolor) y disputan las formas de representar la violencia en América Latina. Entre las disputas de imaginarios, afectos, formas de sentir y representar están: el cuerpo de las mujeres, la voz, las experiencias diversas, la violencia machista, la violación, el deseo, el placer. Las mujeres desde la literatura se posicionaron como sujetas históricas y políticas. Ligado a estos procesos surge también una crítica literaria feminista escrita desde América Latina.
Rocío Cano (2008) en su estudio sobre la poeta Elvira Hernández, habla de un incremento sin precedentes de la producción de la literatura y crítica “femenina”, influido por lo que llama discursos de género y a la vez por una necesidad de las mujeres que estaba padeciendo las violencias de las dictaduras y que buscaban escriturar, también, experiencias particulares que no respondían a los códigos de la cultura patriarcal y de la literatura tradicional; en ese sentido, Cano (2008) concibe a las dictaduras como representaciones de la violencia masculina, de lo marcial y lo autoritario, y a las mujeres como las sujetos llamadas a la disidencia por excelencia. En ese sentido habla de la estigmatización que se generó hacia aquello que implicaba abiertamente lo femenino (emancipado) que estaba contraponiéndose al régimen dictatorial, en un momento en que las mujeres estaban ocupando lugares públicos, políticos, estaban militando, organizadas, en el arte, en la literatura; eran trabajadoras, dirigentes poblacionales, estaban en los sindicatos de obreras, en las juntas vecinales, en las organizaciones; estaban resignificando sus roles tradicionales al ser, también, madres y hermanas que reclamaban a sus desaparecidos y desaparecidas (Cano 2008). Es entonces cuando la rebeldía de las mujeres se convierte en un atentado contra la ideología y normatividad instaurada por las dictaduras.
Entre los trabajos que han contribuido a analizar la poesía escrita por mujeres durante las dictaduras resalta el de la poeta Alicia Genovese, La doble voz, publicado originalmente en 1998 y donde se ocupa de analizar la obra de las argentinas Irene Gruss, Diana Bellessi, Tamara Kamenszain, María del Carmen Colombo y Mirta Rosenberg. Alicia Genovese (2015) centra su atención en la manera en que las mujeres han tenido que construir su discurso poético dentro de la cultura patriarcal. Otro de los trabajos que destaco es el de Erika Martínez Cabrera, derivado de su tesis doctoral, Entre Bambalinas. Poetas tras la última dictadura argentina,publicado en el 2008. La autora ubica a 20 poetas argentinas en la “generación de los años 80”, analiza sus poemas como parte de la producción de la posdictadura; sin embargo, yo insisto en que, si miramos la fecha de escritura de los poemas, estas poetas escribieron durante la dictadura, aunque fueron publicadas posteriormente. Finalmente me interesa destacar los diversos trabajos de Amandine Guillard (2013), quien se enfoca en analizar la poesía carcelaria y concentracionaria. Uno de los principales aportes de la autora, desde mi punto de vista, es la construcción de argumentos desde la crítica literaria y la sociología de la literatura para contemplar a esta poesía como parte del campo literario; es decir, le da estatus de poesía y de poetas a quienes escribieron desde las cárceles y los centros clandestinos. Amandine trabaja con poetas hombres y mujeres.
Constelaciones de mujeres que escribieron durante las dictaduras
En 2018 hice estancias de investigación en Chile y Argentina, recurrí a la genealogía feminista como estrategia metodológica de la Investigación Feminista para construir analíticamente la historia de los procesos de escritura de las mujeres creadoras y la importancia que tuvieron estos procesos dentro del campo cultural y literario latinoamericano. Me interesaba entrevistar poetas para reconocer sus procesos de escriturar, pensar el lugar de la poesía en su vida durante los terrorismos de Estado, conocer sus historias y los caminos que abrieron a través de su poesía, en relación con la disputa de representaciones y significados sobre la violencia, el cuerpo, el deseo, las condiciones de las mujeres, etc.
Cuando comencé mi investigación, llevaba los nombres de algunas poetas en mente, particularmente el de Heddy Navarro, había leído su poema “Proclama 1” en una antología de poesía escrita por mujeres y me había cimbrado en muchos sentidos, aquel verso Me declaro ingobernable, implicaba un desafío a la noción clásica de “poesía femenina”. Esos cuantos nombres de pronto se hicieron constelaciones, durante el proceso de investigación y entrevista de mujeres poetas, fui descubriendo toda una “generación” de mujeres diversas que escribieron desde todos los cautiverios de las dictaduras, desafiando el orden de género exacerbado por los regímenes militares y desafiando al silencio impuesto por las dictaduras. Una polifonía de voces, escrituras, tramas y temas.
Las agrupo en constelaciones para situarlas de acuerdo con sus procesos y contextos de escritura, a sus similitudes, sin borrar sus diferencias, como las constelaciones que vemos o que alcanzamos a percibir, las estrellas están conectadas, pero eso no las hace homogéneas, tienen edades distintas, tamaños distintos y algunas son solo el reflejo, la memoria, de lo que fueron, nosotras vemos su luz, pero la estrella ya ha terminado su ciclo vital. Para el caso argentino construí la “Constelación de poetas argentinas”, para hablar de mujeres que estaban inmersas en el campo literario, con formación universitaria y, varias de ellas, con militancia política previa al golpe. La “Constelación de mujeres que escribieron en la cárcel”, particularmente de mujeres que escribieron en la cárcel de Villa Devoto, donde, hacia la mitad de la dictadura, concentraron a la mayoría de las presas políticas. Y, una de las constelaciones más complejas, “Constelación de mujeres que escribieron en los Centros Clandestinos de Secuestro, Tortura y Exterminio y mujeres desaparecidas”, su poesía, sus escritos, forman parte de su memoria, de las huellas y legados que dejaron estas mujeres, la prueba de su existencia y resistencia.
Para el caso chileno conformé la “Costelación de la nueva poesía feminista chilena”, para hablar de mujeres que pertenecían al campo literario, con formación universitaria, poetas que a partir de los 80 dialogaron, intercambiaron, hablaron de feminismos, se organizaron y propusieron nuevas escrituras para desafiar, en todos los niveles, la tradición poética en Chile y en América Latina, el silencio, el terror y la violencia. La “Constelación de mujeres que escribieron en las cáceles”, algunas de ellas terminaron su formación escolar en prisión, organizaban actividades contraculturales, llevaban talleres literarios, escribían en situación de clandestinidad y, hacia mitad de los ochenta, gracias a distintas circunstancias, incluyendo la organización y lucha de familiares, madres y feministas, las presas políticas publicaron y presentaron un poemario titulado Poesía Prisionera. La “Constelación de mujeres pobladoras”, para hablar de la poesía escrita por pobladoras, mujeres militantes, organizadas, habitantes de barrios precarizados y violentados por el Estado, mujeres que también se organizaron para hacer las ollas comunes y escribir poesía.
Fueron muchas mujeres, muchas experiencias y situaciones, para este texto me quiero centrar solo en una de ellas, para hablar del desafío que implicó la poesía escrita por mujeres en un contexto de terror y violencia exacerbada. Hablo de los versos insurrectos de Heddy Navarro.
Poemas insurrectos
En 2018 fui a Niebla en Valdivia, para entrevistar a Heddy Navarro, fue la única poeta fuera de Santiago que pude entrevistar, por los límites de tiempo y presupuesto. Iba expectante, fascinada por la mujer que había escrito en plena dictadura “Me declaro ingobernable”, en “Proclama 1”, uno de los poemas principales de su libro Poemas insurrectos, publicado en 1988:
Me declaro ingobernable
y establezco mi propio gobierno
Inicio un paro indefinido
y que el país reviente de basura
esperando mis escobas.
Soy mujer de flor en pecho
y hasta que se desplomen los muros de esta cárcel
Me declaro
termita, abeja asesina y marabunta
y agárrense los pantalones
las faldas ya están echadas.
Desde mi punto de vista, este poema es una suerte de síntesis de varios procesos que ocurrieron en los ochenta con y en la escritura de mujeres. Primero, habla de la insubordinación de las mujeres en la palabra, una poesía que claramente se oponía al régimen militar y buscaba hablar y nombrar lo ocurrido. Heddy Navarro como otras poetas, entre ellas Teresa Calderón, toman el lenguaje militante de las organizaciones de izquierdas para trastocarlo, la voz poética hace una proclama desde una voz de mujer, despegada de las metáforas clásicas asociadas a la femenino, como la delicadeza, el amor, la tristeza; aquí la poeta se declara “soy mujer de flor en pecho” y ligada a esa declaración incluye metáforas de fuerza y poder: es la abeja asesina y es marabunta. Rompiendo así, con los parámetros impuestos a la poesía femenina y construyendo nuevas posibilidades para la palabra de mujer.
“Por ahí entonces caigo presa y yo creo que empiezo a escribir después porque salgo rápidamente, estuve 15 días desaparecida en Londres 38, salgo y ya empieza la escritura, yo creo que por el 78 empiezo a escribir”, me cuenta Heddy Navarro (en entrevista, julio 2018, Valdivia), hace rato había sonado la tetera, ese característico sonido chileno del té caliente, caliente, de la tarde. Me está hablando de sus procesos de escritura durante la dictadura, de cómo empezó a escribir después de su secuestro, como otras poetas, Navarro también me contó que “eligió” la poesía porque en la escritura poética hay algo que le permitió hablar de lo que parecía innombrable.
Algo de la escritura y particularmente de la escritura poética colaboró en “sacarse el candado” o en “elaborar la experiencias de la violencia”: “Yo cuando estoy contenta pinto, pero el drama, el horror, la pena, todo eso solo puedo canalizarlo a través de la palabra instantánea, dolida, profunda, que no describe sino que muestra lo que se siente” (Heddy Navarro, en entrevista, julio 2018, Valdivia), para ella en la poesía es posible trabajar con la contradicción porque la poesía es dialéctica “a veces una dice una cosa y está apuntando a lo otro y juega un poco con eso”.
Heddy Navarro sintetiza a las militantes, me cuenta que sólo le faltó militar en un partido, empezó en el Partido Comunista. Hoy, a la distancia, hace una crítica de su propia militancia y de los marcos normativos de los partidos y las organizaciones que pueden volverse “solo una cosa de poder, de ver quién manda”. Navarro viene de una familia de izquierda, profundamente allendista, comenzó a militar desde muy joven, igual que su hermana y ambas tuvieron que pasar a la clandestinidad después del golpe militar y transitar la precariedad económica, ella hacía artesanías para vender. Con su compañero, Bruno Serrano, mirista y escolta de Salvador Allende, pasaron a la clandestinidad y ahí empezaron a pintar, ambxs tenían formación en Bellas Artes.
Navarro recuerda que comenzó a militar cuando entró a estudiar a la Chile y en ese peculiar recuerdo habla de sus reflexiones sobre ser mujer que, desde mi punto de vista, marcan profundamente su escritura; la militancia de izquierda y el ser mujer se entrecruzan en sus textos:
Empezamos a militar en una organización de estudiantes de la Chile que se llamaba Agrupación Cultural Universitaria ACU y en el ACU había de todo, había gente que escribía que cantaba que bailaba, investigábamos una cosa muy importante en el Centro Cultural de la Imagen, yo me acuerdo de que hicimos toda nuestra búsqueda de la identidad chilena. Estudiamos, por ejemplo, las raíces del arte chileno, de la poesía, de los grandes pensadores, qué pasó por ejemplo con Emilio Recabarren, y de pronto ya estábamos escribiendo, muchos estábamos escribiendo, yo empecé a ir al taller de la Sociedad de Escritores, pensé que tenía que partir por definir quién era yo, mi primera, primera y fundamental identidad, antes que ser de izquierda o no es haberme sentido mujer: discriminada, de segunda categoría, persona que tiene que definir que hablas más o hablas menos, que algunas cosas te conflictuan porque no eres hombre.
De los varios momentos que me cimbraron durante la entrevista a Heddy Navarro hubo uno muy especial, aquel donde hace una metáfora sobre los dos terremotos de su vida que marcaron también los derroteros de su creación y escritura. El terremoto de los sesenta que le tocó en Valdivia[6] y “el terremoto de 1973”: la dictadura, que marca su pase a la clandestinidad, su detención y secuestro y el exilio y retorno. La metáfora de Navarro sobre los dos terremotos de su vida es potente para pensar los procesos de escritura: varios procesos de escritura atraviesan terremotos; contrario a los planteamientos más tradicionales y ortodoxos que pretende una escritura limpia, ascética, impersonal, los feminismos han puesto sobre la mesa la idea de una escritura-otra, no sólo situada al pensar que quien escribe es una persona generizada, racializada y que habla desde una posición en la trama de poder y en el contexto desde el que produce. La escritura tiene opacidades y fisuras. Está fuertemente atravesada por lo que queda al margen o lo que pretende dejarse al margen de la redacción.
Para Heddy Navarro la escritura poética fue una forma de insubordinación, una de las formas que tenía más al alcance: “Era tanta la represión que tú querías insubordinarte desde la palabra, aunque en las marchas tú eras la más cobarde del mundo o querías proteger a tus hijos, porque igual yo tuve hijos después, yo tuve un hijo con Bruno que Bruno era perseguido, era buscado, era mirista, el otro día hablábamos de esto, cómo éramos tan locos, pero era lo que te mantenía viva, no bajar” (Heddy Navarro, en entrevista, julio 2018, Valdivia).
En otro de los poemas titulado “Comunicado 1” escribe:
Acúseme de ser
terrorista mural de los cuerpos
consignista de baños
defecadora de dogmas
Acúseme también de subvertir el orden
del arriba y del abajo
de ser hoja verde y
brasa encendida.
Pero
encuéntrenme si pueden
ejércitos de seguridad
horribles monstruos de dos patas
que atacan con armas de guerra
a esta pacífica leona
que asecha en la sabana.
Como señala la poeta líneas arriba, en este poema también se hace palpable la contradicción, entre las acusaciones la poeta no se declara víctima, sino leona pacífica y acechante, opone significados para lograr la potencia de sus versos. Entre estos poemas que proclaman, gritan, amenazan, intercala una serie de “Homenajes” dedicados a víctimas de la dictadura, como en “Homenaje 2” poema dedicado a Pedro Venegas, una persona ciega que se suicidó durante la huelga de hambre de 1983.
Heddy Navarro (en entrevista, julio 2018) me habló sobre su experiencia con Poemas insurrectos: “siempre me he sentido más confortada por decirlo de algún modo, con los poemas insurrectos, sentí que había encontrado una lengua para protestar, pero para insurreccionarme yo y para decir que nosotras éramos la revolución misma incluida la menstruación”. Este poemario de Navarro ha sido retomado y resignificado desde el feminismo, para la poeta es en este poemario donde logra hacer converger su voz poética y el sentimiento que recorría la insurrección de las mujeres, con todo y sus contradicciones, pues no plantea mujeres planas o dicotómicas, sino atravesadas por las contradicciones y dificultades de la época.
En Poemas insurrectos hay una fuerza “de mujer” innegable, Navarro incorpora en los versos palabras que aluden a la experiencia de algunas mujeres, los calzones, la menstruación, se vuelven tópicos desafiantes para una tradición poéticas masculina y para un orden de representación caracterizado por la imposición y colonización de imaginarios y el borramiento de experiencias relacionadas a mujeres, sujetxs feminizadxs, sujetos minorizados, etc. En su “Informe 2”, escribe:
Con las alas replegadas
en medio del estruendo
salto muertos
con pie de gato
Alguien toca mis rodillas
cojo sus rótulas
inicio las batallas.
Huyen los tanques
impactados de calzones
El cielo menstrua
su último relámpago.
En este poema, Navarro propone una visión de lo que estaba ocurriendo en dictadura usando metáforas distintas a las tradicionales, un guiño incluso distópico de tanques huyendo por el impacto de los calzones y una manera de reconstruir también la memoria de las mujeres que pusieron el cuerpo contra la dictadura.
Heddy Navarro elabora una reflexión sobre la situación de las mujeres en la época: “mis compañeras, la mayoría todas nos casamos embarazadas, las pastillas las vendían en todas partes, pero te daba terror entrar a una farmacia a comprar anticonceptivos y con el compañero no ibas a hablar de eso porque te ponías colorada, como decimos acá. Entonces pasó que fue que estábamos en la línea del cambio, veíamos el pasado, veíamos el futuro tal vez estábamos ahí a punto, ese es el resultado, a mí me tocó en la poesía, a otras les tocó en otras partes si otras recién están abriendo” (Heddy Navarro, en entrevista, julio 2018). Como muchas militantes de la época, varias poetas atravesaron por la maternidad muy jóvenes, dividían su labor poética entre los trabajos de cuidado y la organización política, así como con las contradicciones es de la militancia, entre el desafío a las normas patriarcales y la desconfianza, todo esto está presente en su poesía.
Una de las características más señaladas sobre la poesía escrita durante las dictaduras fue la de “jugar con el lenguaje” para hacerlo decir y nombrar lo innombrable, la violencia, esto también aparece en la poesía de Navarro, como en su “Comunicado 4”:
Detenida en la esquina
desaparecida de los ruidos
escribo en los boletos del micro
la dirección en clave del oxígeno
Solidaria de las plantas de los niños
organizo la fuga de mis años
donde me secuestran
Sediciosa
de células electrizadas
lidero los estertores
Huelga de hambre
en las pupilas finales
Barricada total
de mis huesos.
A lo largo del poemario aparece el tema del amor, trastocado por el lenguaje militante, a veces usado como pretexto para nombrar lo que estaba ocurriendo, a veces para poner al centro los deseos de la yo-poética. Se desbarata la mujer objeto y aparece la mujer sujeta política.
Soy una enferma
hospitalizada
una estudiante
esperando que toquen
la campana
una prisionera política
soportando las cuatro injustas
un canario enjaulado
frente a la ventana inalcanzable
una esquizofrénica
recluida en la pupila
del psiquiatra
la cocinera esperando
que hierba la olla
Pero somos
la fauna que galopa
más allá de parque y zoológicos
somos tal vez
la punta de lanza del oxígeno
la anarquía imprescindible
Marginados de la tierra
tensemos las membranas
ya es tiempo
el poder se oculta
tras el miedo.
A modo de cierre
Los Poemas insurrectos de Heddy Navarro sintetizan varios de los procesos que estaban ocurriendo en los setenta y ochenta, es un libro que “encarna” la lucha de las mujeres contra la dictadura, contra un régimen militar hipermasculinizado que pretendía “devolver” a las mujeres al lugar tradicionalmente asignado y que castigaba a las mujeres rebeldes con violencias particulares. La organización de mujeres y feministas, de familiares de personas desaparecidas, las artistas, las poetas, las presas políticas, las mujeres pobladoras, pusieron el cuerpo colectivo en la calle para exigir justicia, para proponer otras maneras de entender la vida, tejer memoria de lo ocurrido y transformar el lugar de las mujeres. Eso representan los Poemas insurrectos, con los límites del contexto y la violencia, hubo una “ingobernabilidad” de las mujeres que se insubordinaron desde distintas situaciones, incluyendo desde la palabra poética.
Referencias
Cano, Rocío (2008). Elvira Hernández: poesía de mujer y dictadura. Una introducción. Archivo electrónico. Disponible en: http://lacallepassy061.blogspot.mx/2008/03/elvira-hernndez-poesa-femenina-y.html
Gilman, Claudia, (2013). Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina, Buenos Aires, Siglo XXI.
Genovese, Alicia, (2015). La doble voz, Rosario, Argentina, Eduvim.
Guillard, Amandine, (2016). Palabras en fugas. Poemas carcelarios y concentracionarios de la dictadura argentina (1976-1983), Córdoba, Alción Editora.
Martínez, Erika, (2014). Carnaval negro: veinte poetas argentinas de los años 80 (tesis doctoral), España, Universidad de Granada.
Navarro, Heddy, (1988). Poemas insurrectos, Santiago, Chile: Literatura Alternativa.
[1] Este texto se desprende de mi investigación doctoral titulada “Cuerpo, violencia y transgresión. Constelaciones de mujeres que escribieron poesía durante las dictaduras en Chile y Argentina”, presentada en 2021 y próxima a publicarse en formato libro.
[2] Este suceso es conocido como La masacre de Ezeiza ocurrida el 20 de junio de 1973 al regreso de Perón después de 18 años de exilio. Las organizaciones de izquierda fueron atacadas por la derecha peronista agrupadas en el Comando de Organización y en complicidad con la Policía Federal. El objetivo era evitar que militantes de las izquierdas tuvieran acceso al palco donde Perón daría su discurso. Fue después de este hecho cuando se abrió la discusión sobre “la verdadera posición ideológica de Perón”.
[3] Reconstrucción hecha a partir de la información que ofrece el sitio sobre desaparecidxs en Argentina (http://www.desaparecidos.org/arg/victimas/p/poncea/) y de los datos en la página del ahora sitio de memoria, ex Escuela de Mecánica de la Armada.
[4] El poema “Estadio Chile” fue, quizá, el primer poema escrito en dictadura, cuatro días después del golpe de Estado. Compuesto por Víctor Jara durante su detención en el Estadio Chile, fue difundido de manera clandestina.
[5] Como ejemplo de esto, en el sitio Memoria Chilena puede consultarse la sección “Literatura chilena en el exilio” que ofrece una amplia gama de documentos y artículos sobre el tema. Disponible en: http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-3555.html#documentos
[6]Se refiere al mega terremoto de Valdivia del domingo 22 de mayo de 1960 a las 15:11 con una magnitud de 9.5 mw, está registrado como el terremoto más potente de la historia.