¿POR QUÉ ES IMPORTANTE HABLAR DE AMOR?
Ya en la década de los sesenta decían, las feministas de la segunda ola, que lo personal es político y que para lograr igualdad no es suficiente transformar lo que ocurre en el llamado ámbito público, sino que también es necesario transformar aquello que ocurre en los ámbitos entendidos como privados y de la intimidad. Porque no basta con que existan leyes que busquen igualdad si dentro de nuestras casas, en nuestras relaciones y en las formas en que somos socializad@s, las cosas no cambian. Como decía Julieta Kirkwood: la democracia debe ser tanto en el país, como en la casa. Y por esto que también es necesario cuestionarnos las formas en que aprendemos a amar, las formas en que nos enamoramos y las formas en que nos vinculamos sexo afectivamente.
Porque las mujeres aprendemos desde niñas que ser atractivas y elegidas por un hombre nos hace más valiosas, porque aprendemos que para amar “de verdad” debemos entregarnos por completo e incondicionalmente, porque aprendemos que, si estamos solteras, entonces estamos solas. Y esto, por supuesto, tiene efectos políticos. Que seamos o no capaces de hacer para estar en pareja, para demostrar nuestro amor o mantenernos en una relación, va a impactar en las formas en que nos relacionamos con nosotras mismas y con las demás personas.
El modelo de amor romántico no es sinónimo de EL amor, así como tampoco de romanticismo, pero está tan integrado en nuestra cultura que muchas veces pensamos que es la única forma adecuada y posible de amar. El amor romántico corresponde a la forma en que occidente ha entendido el amor de pareja en los últimos doscientos años. Es un modelo basado en valores patriarcales, donde se espera que la entrega y centralidad del amor sea distinta según cuál sea tu género, siendo esto a favor de los varones. Es un modelo inspirado en valores cristianos, que vincula el sacrificio y la entrega como una señal de amor. Es una heteronorma, que plantea que lo normal y deseable es amar a alguien del sexo opuesto, y que tiene roles de género tan diferenciados que, incluso en los vínculos homosexuales, tendemos a preguntarnos quién ocupa el rol de hombre o de mujer.
Es una forma de entender y vivir el amor, basada en la idea de propiedad que legitima el pensar y actuar como si nuestra pareja nos perteneciera y nosotras le perteneciéramos a ella, porque eso es entendido como una señal de amor. Es un modelo que nos dice que no es posible desear o amar a más de una persona al mismo tiempo, ya que si esto nos ocurre es porque no estamos lo suficientemente enamorad@s o hay un problema en la relación, y nos plantea que si amamos “realmente” solo existe un camino posible y adecuado de pasos a seguir. La llamada “escalera mecánica” de las relaciones de pareja, cuyos peldaños finales son tener una relación de convivencia que aspire a durar toda la vida y formar una familia con hij@s. A su vez, prioriza a la pareja por sobre todos los otros vínculos, ya que se espera que esta sea nuestra principal relación adulta, bajo la idea de que nos entregará satisfacciones, cuidados e intimidades que ninguna otra relación nos podrá dar.
Esta forma de enamorarnos y relacionarnos en pareja la vamos aprendiendo desde nuestra infancia, a través de nuestras familias, escuelas, pares y medios de comunicación, por medio de una serie de discursos y relatos a los cuales se les llama “mitos del amor romántico”. Estos mitos, de acuerdo con la Fundación Mujeres de España, se pueden agrupar en cuatro ejes: el amor todo lo puede, existe un solo amor verdadero predestinado, el amor es lo más importante y requiere entrega total: y el amor es posesión y exclusividad.
¿Pero qué es lo que hace tan atractiva para las mujeres esta forma de entender el amor? La promesa de felicidad que conlleva, pues desde niñas vamos interiorizando la idea de que la felicidad llega junto con el príncipe azul, porque creemos que sólo estando en pareja nuestras vidas serán mejores y no nos sentiremos solas. Y en una cultura donde la felicidad es casi un mandato y es entendida como un logro que depende de nuestra gestión individual. Muchas veces estamos dispuest@s a hacer lo que sea para seguir el camino que nos enseñaron que nos llevaría a ella, y en esta búsqueda de felicidad, nos cuesta ver los costos que el modelo de amor romántico supone para nosotras.
Porque esta manera en que aprendimos a entender y vivir el amor sirve para mantener la subordinación de las mujeres. El costo de tratar de ser “felices para siempre” es someternos a una serie de normas y mandatos que nos desapropian de nuestros cuerpos, de nuestra autonomía, de nuestra capacidad de poner límites y de la posibilidad de colectivizar nuestras redes de cuidado.
¿Quién se beneficia de la idea de que sólo hay ciertos cuerpos que son dignos de ser amados, y de que las mujeres a raíz de esto estemos dispuestas a invertir nuestra energía, tiempo y dinero intentando ser atractivas a los ojos masculinos? ¿Qué efectos tiene en la apropiación de nuestra sexualidad, que inhibamos nuestro deseo para no caer en la categoría de fáciles o que finjamos un orgasmo para que nuestra pareja no se sienta mal? ¿Cómo impacta en la forma en que nos relacionamos entre mujeres, el que sintamos que debemos competir por el amor y atención de un hombre? ¿A quién le conviene que nos quedemos calladas, porque con ese carácter nadie nos va a querer? ¿Qué perdemos cuando dejamos de hacer nuestras actividades o evitamos a ciertas personas, para que nuestras parejas no se sientan inseguras? ¿A quién le aliviamos la carga cuando en nombre de nuestra “esencia” femenina nos hacemos cargo de la gestión afectiva y doméstica que implica estar en una relación? ¿Cómo impacta en nuestra autonomía y seguridad económica y material, que no nos atrevamos a hablar de dinero con nuestras parejas para no parecer desconfiadas o interesadas? ¿Cómo pensar que la otra persona va a cambiar por amor, nos lleva a mantenernos en relaciones insatisfactorias o incluso violentas?
Estas son sólo algunas de las formas en que las que el amor romántico impacta en la vida de las mujeres y en la mantención del orden patriarcal, pero muchas veces nos cuesta verlas e identificarlas bajo el velo de ilusión en el que están envueltas. Y quiero destacar, que relevar los costos del amor romántico en la vida de las mujeres, no quiere decir que este modelo no lo tenga para los hombres, pues los tiene. Sin embargo, al igual que en el resto de los elementos de la estructura patriarcal, estos costos son marcadamente menores, y muchas veces están al servicio de la mantención del dominio masculino, y por eso son menos evidentes.
Es necesario visibilizar que las formas en que nos enamoramos y sentimos no son meramente individuales, si no que están insertas dentro de una cultura que nos va moldeando respecto de cómo sentir frente a determinadas situaciones y cómo actuar frente a determinadas emociones. Y esto está mediado por los roles, normas y valores culturales e inevitablemente por las relaciones de poder. Porque cómo se espera que actuemos cuando estamos enamorados va a ser distinto según si eres hombre o mujer, así como también, según otras intersecciones identitarias, como nuestra edad o clase social.
Lo personal es político, y la forma en que nos enamoramos y vinculamos sexo afectivamente también. Por lo tanto, las formas en que elegimos amarnos y relacionarnos pueden ser una forma de resistencia. Y esto no significa que tengamos que renunciar al amor, al cuidado o la ternura, porque en esta cultura competitiva e individualista, estos afectos pueden llegar a ser revolucionarios. Se trata de aspirar a construir relaciones que sean libres, justas e igualitarias con todas las personas.