Rosabetty Muñoz: “Estar en grupo nos acerca a la humildad, nos obliga a bajar el moño a esa ansia de protagonismo que siempre está ahí, al acecho.”
La escritora chilota nos entrega su idea sobre temas claves para nuestra cultura, como la lectura y la comunidad, además de contarnos sobre su proceso creativo. Una voz indispensable para la poesía latinoamericana.
– La naturaleza -el paisaje- de Chiloé, así como su cultura, ha influido mucho en tu obra: ¿Cómo fue el proceso de ir absorbiendo en términos poéticos ese material que te entregaba el territorio y su gente?
Pienso que se trata del modo en que me encanté con la literatura, desde el afecto y en un entorno donde la poesía era apreciada, tenía un lugar importante en la vida cotidiana. Escuché desde pequeña poesía en la boca de mi madre y luego en la escuela; había poesía en las procesiones religiosas, en las noches de truco; en los encuentros familiares cuando los aparatos tecnológicos aún no presidían la mesa familiar. Bastaba dejarse envolver por el ritmo, la cadencia de las voces y luego mirar hacia afuera para ir construyendo/revisando un imaginario que, además, es colectivo.
– ¿Quiénes eran tus referentes poéticos en tus primeros años de escritura?
Tuve la suerte de conocer literatura chilena en la escuela o las varias escuelas que recorrí por mi niñez en el archipiélago. Primero Gabriela Mistral que mi madre amaba y me la enseñó en las noches de temporal (es una manera imborrable y apasionante de entrar en su universo), luego los romances que se memorizaban en todas las islas. Manuel Rojas, Francisco Coloane, Marta Brunet, María Luisa Bombal, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, todos llegaron a mis cuadernos desde la convicción de los profesores normalistas que transmitían una idea de país junto con participar del desarrollo de las comunidades aisladas. O sea, se le daba un lugar a la palabra para ir pensando/soñando un país.
– Has participado en diversos grupos literarios a lo largo de tu carrera: ¿Cuál es el mayor aprendizaje que te brindaron?
Tal vez por haberme crecido en tantos lugares donde la comunidad es imprescindible, donde la solidaridad es un valor y los relatos son parte de la vida cotidiana – como decía – he buscado en los grupos literarios esa forma de compartir hallazgos de autores, festejar la escritura de otros, explorar juntos. Pertenezco ahora al Colectivo de Pueblos Abandonados donde aprendo jugando; el humor y la rigurosidad intelectual son características de estos compañeros. Como aporte adicional, estar en grupo nos acerca a la humildad, nos obliga a bajar el moño a esa ansia de protagonismo que siempre está ahí, al acecho.
– ¿Qué papel crees que juega la literatura en el contexto social actual, y cómo intentas contribuir a través de tus obras?
En un país que no lee, con índices graves de déficit en la comprensión lectora, la literatura está en crisis no tanto en la producción, creación. Allí hay siempre una renovación y una riqueza que constituye la gran paradoja. La crisis es un tema que me interesa mucho porque me importa la palabra literaria como puente entre quien escribe y alguien que completará con su acto de lectura, el sentido de lo creado; si ese ojo no está, el libro cerrado es un desconsuelo.
Trabajo mi poesía sin pensar tanto en eso, pero como ciudadana y escritora estoy continuamente yendo a colegios, comunidades pequeñas, leyendo en lugares públicos, aconsejando libros.
– Aprovechando tu carrera como docente, ¿cuál es la reflexión que puede hacer sobre la educación chilena luego de la fatal noticia de Katherine Yomas?
Pienso en la barbarie. Lo que pasa en las salas de clases es reflejo de lo que pasa fuera de ellas, recuerdo el verso del poeta turco Nazim Hikmet “Estamos como está nuestro mundo” aunque él se refería a otro contexto histórico y político creo que recoge la sensación de que estamos profundamente unidos a lo que hemos creado como sociedad. La violencia, la falta de respeto a los demás, la oscura tendencia a desear y consumir desbocadamente nos ha ido haciendo peores. Todos los días en las redes sociales, en la mesa pública, se sirven los ingredientes que han llevado a esa muerte tremenda de la profesora, pero también a una larga agonía de la educación. Hay muchos profesores que están abandonando el sistema porque se vuelve un sinsentido exponer la vida, las esperanzas, la salud mental en un trabajo que ha perdido la brújula. Por mi parte, estoy ligada a la Educación Rural donde creo que hay una reserva de significados, un espacio posible de conversación, afecto y contención tan necesario para la niñez de hoy y de todos los tiempos.
– ¿Cómo es tu proceso escritural?
Casi siempre escribo sin saber para dónde van las imágenes que recojo. Me dejo ir, voy anotando todo en libretas de apuntes donde pego también recortes, pedazos de ensayos, artículos que encuentro por ahí y que se tocan con los intereses de esos días. Fragmentos de cartas, palabras que escuché. De pronto, sin que yo sepa bien cómo, todo aquello empieza a cuajar y va funcionando como un espacio imantado que atrae los apuntes hacia poemas que se van encontrando unos con otros y entonces puedo empezar a corregir, botar, pulir.
– ¿Qué estás leyendo actualmente en poesía?
Acabo de terminar de leer “Todos los nortes que hay en el norte” de Cristian Geisse y para mí califica en poesía aunque me costará ubicarlo en mi biblioteca (¿novela, poesía o ensayo?) También leo semanalmente los trabajos de los integrantes del taller para escritores Decir el Sur que conduzco en estos meses. Uno está leyendo poesía todo el tiempo, leí hace poco Los rumores de Babel de Yvon Le Men; he vuelto a José Angel Cuevas y me preparo para la presentación de la Obra Reunida de Verónica Zondek “El esplendor de la Granada”.
– Finalmente: ¿Estás trabajando actualmente en algún libro?
De eso no puedo hablar porque trae mala suerte.